Fragmento
«-Déjala ya, Reina, por Dios! Esto es una tortura para ella ¿pero es que no lo ves? Si la niña no sirve, pues no sirve y ya está.
Esta frase, que mi padre repetiría a intervalos regulares, casi con las mismas palabras, por lo menos una docena de veces, terminó por agotar las esperanzas de mi madre, que desde que se vio obligada a admitir, cuando yo tenía solo cinco años, que los principios teóricos del solfeo jamás se grabarían en mi cerebro, no cesó de tratar de encajarme en cualquier actividad complementaria a mi medida, con la sana intención de evitar que me acomplejara ante los progresos musicales de mi hermana, una carrera que en el fondo me traía sin cuidado, sobre todo después de aquel profesor suizo, al que mamá no quiso escuchar, emitiera un certero diagnóstico, advirtiendo que Reina tenía ciertas dotes para la música, pero que desde luego, y por mucho que se desgastara los dedos encima de las teclas, jamás llegaría a ser una virtuosa porque su talento no daba para tanto. Semejante análisis era sencillamente incompatible con el carácter de mi madre, que tampoco consideró dignos de atención los comentarios de los sufridos profesionales que, cuando todavía estábamos a tiempo, la informaron sucesivamente de que yo no había nacido para bailar, de que mis aptitudes para el dibujo eran tirando a escasas, de que la expresión corporal no parecía ofrecer un cauce apropiado para mi desarrollo integral, de que no convenía encauzarme hacia la cerámica porque el único requisito que cumplía para tal fin consistía en la propiedad de dos manos, una a la izquierda y otra a la derecha -un argumento similar, extensible a mi posesión de dos piernas, me apartó por fin de la gimnasia rítmica, que resultó uno de los experimentos más crueles-, de que teniendo en cuenta el miedo instintivo que me inspiraban los caballos, iba a ser difícil conseguir que algún día me subiera a alguno. Así que, cuando ella estaba considerando ya las posibilidades de iniciarme en algún arte marcial, sólo porque estaban empezando a ponerse de moda en Norteamérica, me planté, para suplicarle con lágrimas en los ojos que me dejara estudiar inglés, una opción que siempre había rechazado pretextando que era vulgar, y carente de interés artístico, pero que en realidad le preocupaba porque, en caso de prosperar, podía terminar acomplejando a mi hermana. Hasta ella, a su pesar, presentía que hablando inglés se llega mucho más lejos que leyendo música.»
Novela Malena es un nombre de tango de Almudena Grandes
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