Muertes, misterio, poder e impunidad
Betibú la novela de Claudia Piñeiro contiene una trama atrapante que no podés dejar hasta el final. Aborda perspectivas de diferentes estratos sociales, distintas generaciones e información que invita a la reflexión.
Un hombre aparece degollado en el sillón del living de su casa en un country de Buenos Aires ¿Se suicidó? ¿Lo mataron? ¿Por qué? ¿Su muerte tiene que ver con el asesinato de su mujer tres años atrás? Estas incógnitas son las que devela Claudia Piñeiro en su novela Betibú. Una historia en la que se cruzan la realidad y la ficción, el periodismo y la literatura.
La autora alcanzó visibilidad mediática recientemente, por haber participado con su testimonio como escritora en Carmel, el documental de Netflix sobre la muerte de María Marta García Belsunce. Cuenta que un barrio privado es un buen escenario para un policial porque repite la secuencia del policial clásico. Alguien muere en un cuarto cerrado y el sospechoso pertenece al círculo cercano a la víctima.
Este asesinato de la realidad también existió en la ficción aunque con nombres cambiados. Una mujer apareció muerta en un country. Inicialmente se quiso hacer pasar por un accidente pero sin dudas fue un asesinato. El caso conmocionó a la sociedad, tuvo una cobertura mediática casi exclusiva durante meses. Fue la primera vez que un caso policial tuvo tantas primeras planas. Pasaron los años y la justicia nunca encontró al culpable. La mayoría de la gente cree que el asesino fue su marido. Pedro Chazarreta en la ficción, Carlos Carrascosa fuera de ella. Con Chazarreta muerto comienza la novela.
Betibú es el sobrenombre de la protagonista. Nurit Iscar, escritora de best sellers de crímenes, está doblemente frustrada: por su primera novela romántica -autoficción- y por la relación que la inspiró. Ella a sus cincuenta años se divorció del padre de sus hijos adolescentes y apostó por ese amor, Lorenzo Rinaldi, el editor de uno de los dos medios gráficos más importantes del país. Sin embargo él fue puras promesas vacías ya que nunca dejó a su mujer.
El otro personaje principal es Jaime Brena, un periodista de policiales de oficio que había cubierto el caso del asesinato de aquella mujer. La redacción le está ofreciendo un retiro voluntario y está doblemente frustrado, por su divorcio y porque fue desterrado de su sección de toda la vida y desplazado maliciosamente a Sociedad por desavenencias con Lorenzo. Lorenzo Rinaldi representa el capitalismo, la ambición, maximización de la ganancia para la empresa, echemos a los empleados con antigüedad y reemplacémoslos por mano de obra más barata. Lorenzo también es posmodernidad, el hedonismo, la constante búsqueda del placer inmediato, la superficialidad.
Hay dos escenarios principales: el country y la redacción del diario El Tribuno. En el abordaje del country resuena la desigualdad económica y en la redacción se destacan las diferencias generacionales.
El crimen se da en el barrio cerrado. Paradójicamente, un grupo reducido de personas de situación económica privilegiada se recluye en un paraíso de naturaleza y relax para protegerse, de la inseguridad que se vive en las grandes ciudades del tercer mundo. Nadie imagina que el peligro puede estar adentro. Allí conviven la clase alta porteña, amos y señores en esas tierras dentro de la muralla, y el personal que necesitan para las tareas domésticas y recreativas: mucamas, jardineros, pileteros, instructores de tenis, de golf, etc. Los propietarios imponen sus reglas para proteger sus bienes materiales, incluso por sobre las leyes del estado. Nurit que no pertenece a ninguno de estos dos estratos observa y reprueba estos comportamientos naturalizados en ese área de la ciudad.
En la redacción del Tribuno, conviven el periodista de antaño con su libreta de contactos en papel y los nuevos periodistas universitarios de la era digital cuya fuente principal de información es Google. Las costumbres contrastantes de la generación de los baby boomers y de los millennials convergen en ese espacio y se ilustran en la piel de Jaime Brena y “el pibe nuevo de policiales”. A su vez, se muestra el diario en su faceta de empresa donde las decisiones se realizan en función del fin económico.
El pibe está a cargo de policiales, sin embargo como Brena le dedicó su vida a esa sección, tiene contactos clave: policías de alto rango, fiscales y conocimientos de medicina forense, es todo un CSI -la serie norteamerican de investigación de escenas del crimen- y decide ayudar a su compañero. Brena le comparte consejos del oficio, como leer ficción, entre otros. También enumera y comenta investigaciones de personalidades del género, una especie de homenaje a Gustavo Germán Gonzalez, Osvaldo Aguirre, Enrique Sdrech y a José de Zer con su frase de cabecera dirigiéndose al camarógrafo “seguime chango”.
Nurit volcará su experiencia como escritora para plasmar sus intuiciones y elucubraciones y compartirlas con los lectores de El Tribuno. Non-fiction tal como hiciera Truman Capote en “A sangre fría”. También se reúne con sus amigas y discuten sobre la vida, el amor, el paso del tiempo y sobre expresiones culturales como teatro, cine y libros. En uno de esos encuentros indagan sobre el origen del dibujo animado Bety Boop, que además de ser el sobrenombre de la protagonista, nombra a la obra.
Bety Boop es una chica flapper de los años 20 en Estados Unidos. Aquellas que usaban polleras cortas y pelo corto, no llevaban corset, escuchaban jazz, manejaban y fumaban. Un estereotipo de mujer transgresora. A su vez, Betty Boop tuvo su primera película en esa misma década y la actriz protagonista fue hallada muerta. Los datos apuntan a que fue un femicidio ya que murió envenenada con cloruro de mercurio, la prescripción contra la sífilis de su marido.
A partir de esta muerte reflexionan sobre la gran cantidad de crímenes de mujeres no resueltos que vamos acumulando en la memoria colectiva de nuestro país. Norma Mirta Penjerek, Oriel Briant, la Dra. Giubileo, María Soledad Morales, María Marta García Belsunce, entre otras. La novela afirma que no hay crímenes de hombres no resueltos, no hay muertes de hombres por esclarecer. Debemos sumar a la lista a Nora Dalmaso y Silvia Saravia.
Continúan los asesinatos y los personajes van descubriendo qué hay detrás de todas esas muertes. A lo largo del relato encuentran las respuestas al quién fue y por qué. El primer asesinato, el de la mujer, se mantiene como en la realidad: inconcluso. Los otros se resuelven. La novela nos presenta el todo, las víctimas, los victimarios y, aquello que la realidad siempre nos niega, las causas.
Claudia Piñeiro, a través de sus personajes -la escritora y los periodistas- va armando el rompecabezas. Usó piezas que, lamentablemente, vemos a diario en los medios de comunicación, pero también nos muestra aquellas que son compradas y, posteriormente, escondidas por el dinero y el poder para lograr impunidad.La narración está hecha en tercera persona y con acceso a los pensamientos de los personajes principales. Todos los personajes, incluso los secundarios, se identifican fácilmente, tal es así que dialogan de corrido, sin necesidad de signos ortográficos que guíen la interpretación. La descripción de los escenarios también es precisa. Era imaginable la película. Betibú llegó al cine en 2014, cuatro años después de su publicación.
FGB.